Hace algunos meses y después de una relación que terminó de una manera no muy grata, anduve estancado en la melancolía. Paso algo de tiempo y un día, sin pensarlo tanto, le escribí esto a aquella linda dama que me robo muchas noches, muchos días, muchas horas, mucho ahínco. No es necesario decir quién es, ya que eso solo importa a quien fueron destinadas estas líneas, líneas que ahora quiero compartir.
Arturo estuvo ausente, pensando, pululando por las tripas de la ciudad, ajustándole horas al reloj, comprando discos y adquiriendo libros en el pasaje Enríquez. Estuvo, insisto, ausente, imaginando los días presentes, tratando de conciliar el sueño, agregando sílabas al anecdotario. Viviendo de lo mismo, enredándose en otros vericuetos de la construcción y las facturas, estuvo dando vueltas en su auto, esperando encontrar con ahínco algo mágico que le alegrara la suerte y le cambiara los deseos. Arturo ha ido al puesto del meridiano, tres de los mismos de siempre con poca salsa, mucha verdura y unas gotas de limón, como se suele pedir al caricaturesco taquero-despachador.
Todavía toma café de su región alentado por un detalle de romanticismo puntual al paladear el líquido tibio mirando a través de la ventana una tarde donde empieza la neblina a poblar las calles. Se disfraza aún de lobo cuando se trata de ponerse serios y no duda en regatear el más insignificante peso en las negociaciones de escritorio. No manifiesta muchas cosas que le duelen, más que por callado, por temor a que le regañen y le hagan notar sus desaciertos. No hace muchos simulacros, de hecho sigue siendo lo suficientemente directo para dar en la llaga sin misericordia y apretarla para que de una vez salgan la pús, sangre y agua, se inflame un poco la herida pero se acabe para siempre y de una buena vez, como continuamente dice y hace, el mañana no existe.
Sigue construyendo castillos, fantásticos sueños que revolotean en su imaginación, y aunque no lo merezca en ocasiones, cultiva aún la formidable familia y los grandes amigos que le anidan, que le devuelven siempre una sonrisa y le dictan que le quieren y que es bienvenido en cualquier sitio y a cualquier hora.
En los exactos kilómetros que tiene diariamente que recorrer, le falta tiempo para emular pasados llenos de besos y abrazos, de sonrisas infantiles, donde el ratón daba cuenta de los dientes, que le apaciguaban el corazón y le hacían correr la sangre con energía y entusiasmo, sigue aún viendo pasar las horas, esperando, confiando, creyendo que de oficio, el amor vuelve otra vez, pensando que el tiempo todas las batallas vence, pensando que un día de tantos que se marcan en el calendario, tocarán a su puerta y él estará ahí, solícito, ágil, cada lágrima un pañuelo, cada beso unos labios.
Ve pasar los cumpleaños de sus pequeños sobrinos que van saltando los escalones de las escaleras cada vez en pares, dos, cuatro y así un día, el mayor de ellos brincará seis de una sola zancada, así es la vida, así se cosechan las cosas, así envejecemos. Cuando llegan los domingos se levanta a media mañana, platica con su madre, juega con su mascota, lee algo breve, pone música a volumen alto y entonces comienza la necia rutina de los momentos que con nadie pueden compartirse porque con quienes se quisiera hacerlo, no se encuentran presentes, y entonces, calmo y pasivo se vuelve a un viejo diván, enciende un cigarrillo y se limita a ver volutas de humo que silenciosamente le matan. Transcurren así los minutos y al día siguiente será irremediablemente lunes y con él vendrán nuevas ocupaciones, diferentes asuntos que diluir, otros libros que empezar, otras canciones que aprender, otras sonrisas que malgastar o bien regalar, en fin.
Arturo no es desdichado. Más bien tiende un poco a la melancolía, le gusta vivir en el pasado y eso lo hace un tanto retraído en sus más hondos pensamientos. Aunque no lo parezca, observa, calla, espera con sobrada desesperación porque no le queda de otra, pero es cierto que disfruta mucho de la vida, romántico es por nacimiento y le absorben los boleros, las letras canallas, sinceras, nostálgicas. Disfruta muchísimo de los platillos que contengan algo que no ha probado nunca, le satisface sentirse querido, importante, necesario en algún lugar, en algún punto, en algún momento. Es protagónico y eso le empuja a que a veces, no sabe distinguir los momentos en los que debe callar y serenarse y surge luego, de la nada, un loco gritón que exaspera al más sensato. Como bien lo sabe y lo ha experimentado, vienen luego los reproches internos y la dura autocrítica que generalmente le afecta seriamente.
Todos los días comete errores, juega con sus propias palabras enamorándose de las mismas, hace campos de flores que no existen y cuando quiere pinta el cielo de un azul que solo él conoce. Le fascina Sabina. No pasa un solo día de la semana en que por lo menos no escuche alguna de sus canciones aunque de memoria las sabe todas. Aficionado a los toros y un tanto conocedor del tema, sabe de artilugios y no tarda en tomar decisiones que de la practicidad lo llevan a los impulsos. Lágrimas negras le llenan el corazón y los recuerdos, lágrimas negras surcan su rostro y al momento de irse a la cama, en sus sueños colma de bendiciones. Prefiere los bares que no cierren la puerta en la madrugada, y hasta lo imposible hace para que el alba le encuentre sonriente, alegre, cantando la martiniana para que el día que muera, la gente le cante al pie de la tumba, con llantos y besos derramados. Así se las gasta, así le gusta, así pasa por la vida, sabiendo que un día las cosas, como todo, tendrán que cambiar y en alguna ocasión habrá que madurar, comprar una casa, ahorrar en una cuenta bancaria y cambiar abrazos por ramos de azahar.
Cuando el tiempo sigue su marcha y se abre paso entre los calendarios de los meses, camina discretamente de un lado a otro, entra al cine en la última función de un lunes para que nadie note que le falta la compañía que cualquier ser humano desearía porque sus prejuicios así se lo dictan, porque le apenaría el saludar a algún conocido que le descubra en su fechoría. Irritable por las mañanas, irritable por las tardes, irritable por las noches. Si alguna situación le incómoda le es inevitable aparentar y sonreír.
Va tras sus metas, siempre, pensando que lo bueno está por venir, recordando que nada es para siempre, que el mundo gira que gira, que todo se pasa, que después de las tormentas viene la calma, olvidando las frustraciones al tiempo al que se hace seguidor de otras, contando estrellas, escribiendo cuentos que nadie lee, coleccionando fantasías, recuerdos memorables, comidas familiares, brindis espontáneos, poesías esporádicas, sonrisas dejadas en el mantel y en el viejo corredor de su antigua casa.
Arturo viene sin prisas, viene más discreto, más complaciente, más complejo, siempre en ansia infinita de revivir pasiones que le rajen el corazón de una buena vez, siempre dispuesto a volverse a equivocar si ese es el camino a la felicidad, viene con más ganas que antes, con más ironía, con menor sarcasmo, con un sentido del humor que le propine a los suyos una excusa saludable para sentarse juntos a mirar el televisor. Viene tal vez como siempre o como nunca, resuelto a vivir la vida de la que tanto habla.
A ella, Arturo le regala su mirada, para que la sepa, para que la analice, para que la entienda o no, para que haga con ella lo que le venga en gana, para que la guarde en un cajón o para que la rocíe en las mañanas sobre su ropa, para que la disfrute o la eche al fuego, para que la abrace o la dé a las aves para que se la lleven al viento, al aire, ahí donde nadie podrá encontrarla nunca…