El sol quemaba inclemente, sin prisas, sin razón, sin motivo alguno. Nos decía serenamente que faltaban muchas horas para que se fuera a las siete de la tarde a la cuna del mar a roncar. La fila se hacía interminable, unas dos mil personas ya nos habían ganado espacio y éramos nosotros quizá la mitad de los cientos de personajes que entraríamos a escuchar a Sabina en su último concierto de la gira ultramarina en nuestro país en el marco de la Feria Internacional del Libro 2006 en Guadalajara, Jalisco. Aún así y con más esperanza que certeza, nos ubicamos en la larga tripa de seres humanos que esperaban sentados en la banqueta.
Las horas transcurrieron lentas, como suele transcurrir todo aquello que vale la pena. Cervezas y botanas iban y venían. Detrás de un muro se escuchaban las notas y acordes del ensayo a las cuatro de la tarde. Ya se coreaban entonces las canciones que vendrían en el magnífico repertorio del primero de Diciembre, aplausos, y emoción. Las distancias se acortaban, los minutos cada vez eran menos para llegar a las nueve de la noche, hora de la cita tras un viaje de varios kilómetros realizado para tal fin.
Apuntaban casi las ocho cuando ya nos encontrábamos dentro de la explanada, listos, efusivos, inquietos, impacientes. Miles no pudieron entrar y solo se conformaron con ver el concierto en una pantalla gigante dispuesta para tal fin en las afueras de la Feria. Otros cuatro mil, aplaudíamos, contábamos anécdotas de otras presentaciones de Joaquín, recordábamos las varias noches en que habíamos entonado sus canciones, siempre preguntándonos como hacía para escribir semejantes canciones, de dónde podía emanar tanta belleza, tanto cinismo, tanta amargura, tanta alegría, tanta vida. Hablábamos de los días en que esas canciones nos acompañaron en nuestra pubertad y en el bachillerato, minúsculos jovencitos, luego evocábamos la estancia Universitaria, donde Sabina aún nos empujaba a que el amanecer nos encontrara desnudos y felices con nuestras compañeras de salón. Ahora ya entrados en los treinta y pocos años, seis horas de fila no nos importaron, queríamos verle una vez más, reinventarnos nuevamente con “
peor para el sol”, “
a la orilla de la chimenea” “
contigo” “
19 días y 500 noches” “
mentiras piadosas” y tantas más que formaron parte de las casi treinta canciones que nos otorgó en su despedida de tierras mexicanas.
Así, cansados de los pies, más nunca del alma, a las nueve en punto se escuchó lo siguiente:
“Muy buenas noches señoras y señores, dentro del Marco de la Feria Internacional del Libro 2006, dedicada en esta ocasión a “Andalucía”, es un grandísimo honor contar la presencia de un gran cantante, compositor y poeta andaluz. Con ustedes: ¡Joaquín Sabina¡
Y entonces se hizo el aplauso, se redimensionó el olé, se hicieron el bullicio y los gritos, y aparecieron en escenario los músicos. El notable Panchito Varona en un short rojo y tenis negros, Antonio García de Diego impecable en un traje de lino blanco, Jaime Asúa en jeans negros con playera de igual color sin mangas, Pedrito Barceló a la batería y Helen Quiroga hermosa, exquisita, en capa negra mostrando tras de ella una minifalda entallada que daba cuenta de su espectacular belleza. Sustituía esa noche a Olga Román quien no acudió a la cita debido a un embarazo de dos meses que le exigía reposo. Después de saludarse entre ellos, dieron paso al idiota debajo del bombín, como él mismo se hace llamar.
Y es en ese momento, cuando uno puede captar en la memoria, imágenes que se quedarán para siempre al ver entrar al flaco de Úbeda con una sonrisa de gran talante, saludando con la diestra y aplaudiendo al respetable. Nos volcamos todos los presentes en un aplauso sonoro y uniforme que duró varios, varios minutos, cuando simultáneamente se coreaba ¡Sabina¡ ¡Sabina¡ Sabina¡. Y comenzó la fiesta al escucharse los primeros acordes de “
Aves de paso”….
¡Buenas noches Jalisco, buenas noches México¡ Yo no sabía que Guadalajara era capital de Andalucía. Es una noche especial para nosotros, para mí como andaluz y por muchos otros motivos, creíamos que estallaba la revolución y lo único que han hecho es detener a la pobre Paquita la del Barrio.
(Sonora ovación)
Veinte metros me separaban del escenario. Se notaban los detalles, por ejemplo cuando en “Ahora que” pegaba en el suelo con un bastón, éste se rajó a lo largo sin embargo no se hizo pedazos, Joaquín siguió pegando en el suelo con el bastón ya roto. Esas cosas a lo lejos, evidentemente no pueden apreciarse.
Cantamos todas, lloré con “
Y sin embargo”, recordé a mi antigua novia y volví a lagrimearme con “
Contigo”, brinqué en “
conductores suicidas”, grité en la de “
el pirata cojo”, cerré mis ojos y canté suavemente “
calle melancolía”.
Ahora que lo pienso y entrado en total calma, puedo decir que este concierto de los varios en los que he estado, es el que he disfrutado con mayor intensidad. Por varias razones quizá, fue difícil entrar al emplearse seis horas de fila, estuve muy cerca del escenario, el calor del público era indescriptible, tuve oportunidad de cantar y sentir las canciones de una manera muy especial, es el último de la gira en el país y aún no se sabe si volverá, viajé especialmente para estar ahí. Indudablemente, todo valió la pena.
Después de dos horas con quince minutos, Sabina nos dejó fascinados, inquietos, maravillados, con lágrimas en los ojos y un nudo en el corazón. Se despidió y nos volvimos a los terrenos naturales, al litigio de los días comunes, a la rutina de los mismos desatinos sobre los que transita nuestra vida. Pero si alguien cree que aquí la historia termina, más bien comienza.
Porque el destino así lo quiso, uno de mis amigos dejó el espacio para ir al baño, después de las varias latas de cerveza bebidas, al regreso le fue imposible llegar al sitio donde estaba. Se detuvo en algún punto donde un conocido de él le llamó y se quedo ahí la segunda parte del concierto. Fue invitado junto con nosotros a una cantina llamada “la mutualista”. La idea era que probablemente Sabina y los músicos andarían por ahí después de acabado el concierto. Sin más ni más, y mayormente incrédulos, nos enfilamos al tugurio aquel.
Llegamos al sitio, un salón de grandes dimensiones donde una orquesta de Cuba amenizaba la noche. Varias personas bailaban a tope y se escondía detrás de un portón antiguo abierto de par en par, una barra de buenas hechuras, con botellas de diversas bebidas, botanas varias y dos pintorescos cantineros con los que más tarde trabaríamos buena amistad, propinándonos éstos unos tragos generosamente servidos. La fiesta seguía después de haber degustado aquella reunión en la explanada de la feria.
Las mesas y sillas de “la mutualista” no eran más de que del mobiliario de plástico blanco que las cervecerías locales patrocinan, servilleteros y vasos de baja manufactura, escuetos adornos en el salón de baile, posters de Marylin Monroe, engalanaban el área de barra, alguna que otra fotografía, una rocola con varios discos de Joaquín y un puñado de gentes de distintos sitios atiborramos al barman de trabajo.
Joaquín no quiso ir a la cantina. Pero al poco rato, sin anuncio previo, sin escenas, sin cámaras, sin fotógrafos, sin escoltas, arribaron los músicos. Ahí, ya humanos y seres comunes, caminaban y se abrían paso entre la gente, Panchito Varona, Antonio García de Diego, Jaime Asúa, entre otros del staff. Discretos, no tanto como hubiesen querido, ordenaron algo al mesero y se sentaron en el área reservada para ellos.
Algunos tuvimos la mala idea de interrumpirlos, al estorbarles con la solicitud de autógrafos, fotografías tomadas al vapor por alguno que se prestara para tal fin. Y ya con los trofeos obtenidos, me volví a la barra con mis amigos, feliz, contento, pensando en la suerte que tenía y la buena envidia que otros amigos míos Sabineros tendrían, ya que no pudieron ir en esa ocasión.
Seguimos en la barra, varios tragos se nos despacharon, cuando ahora, los músicos decidieron dejar el área privada y se fueron a convivir con la gente que les ofreciera algún cigarrillo o una sonrisa. Y sí, Varona, De Diego y Asúa, estaban a tres pasos nuestros, los saludamos, se dejaron tomar fotos con calma, sin prisas, nos regalaron sonrisas, nos agradecieron las invitaciones más no las aceptaron de algún tequila, cerveza, ron, en fin. Excepto uno, Jaime Asúa, el aceptó gustoso una cervecita estrella y se aventuró con nosotros a pláticas. Vinieron risas, anécdotas contadas por Asúa de las diferentes cosas que ocurren con Sabina en la vida normal, comentarios sobre la gira, sobre las canciones. Se habló de fútbol, de carreteras, de lugares de México que no conoce, de Helen Quiroga y su belleza, de Olga Román y su embarazo, de la guitarra que Joaquín arrojó al piso en el concierto harto de que no sonaba, de cómo él y Varona son amigos desde el Colegio y ya rondan los cincuenta y seis, de que Bilbao es la tierra natal de Asúa y de que no conoce Veracruz. Hablamos de que prefieren tocar continuamente y no dejar tantos espacios en las giras, para estar más tiempo en casa, hablamos de Guadalajara y sus mujeres, hablamos y hacíamos brindis, derramábamos sonrisas espontáneas, todo por espacio de más de una hora. Alguien le llamo, se disculpó por la intromisión y se fue, a los pocos minutos volvió y nos siguió dando detalles de todo cuanto preguntábamos. Le interrumpimos en diversas ocasiones motivados por nuestros varios etiles, al final, nos despedimos con un fuerte abrazo, le deseamos suerte, nos devolvió la cortesía y nos dejó no sin antes, reiterarle la invitación a nuestra casa cuando vuelva por aquí. -Hasta pronto muchachos, un gusto.- y partieron.
Nosotros nos quedamos en la barra y seguimos la fiesta, nos hicimos amigos del dueño, nos invitó varios alcoholes, nos dieron las mil y las unas, seguimos alegres, seguimos viviendo, seguimos siendo mortales, amigos, hermanos…
Arturo Blanco
Concierto
01 Diciembre 2006.
Explanada de la FIL
Arturo López,
Kéndiro Escárcega
y Miguel Hernández,
Como siempre, ha sido un placer¡¡¡Diciembre 03, 17.05 hrs.Antonio García de Diego (chela en mano)Jaime Asúa (Gorra y playera negras)
Panchito Varona (Cállate la boca)