miércoles, 16 de abril de 2008

Omarcito

Eran aproximadamente las cuatro de la tarde de un día frío, un frío de esos que rondan por las calles y las azoteas. Un hambre inoportuna se apoderó de mí y entonces supuse que era momento de darle alimento al cuerpo; inmediatamente vino a mi mente y acudió a la imaginación una sopa humeante de pasta, ya fuera de municiones, letras, codos, moños, fideos o algo similar con trozos de queso fresco de cabra que al contacto con el potaje caliente se desvanecieran en mi paladar, casi derretidos, eso era en realidad lo que más me animaba, porque pensé después en una raquítica pierna de pollo almendrado con arroz blanco o lomo de puerco en salsa roja de esos que se sirven en las comidas corridas, agua de melón, limón, naranja, con más agua que sabor de la fruta de la que se dice que es y de postre un mugre pedazo de gelatina aguada, tortillas al gusto y listo. Por cuarenta pesos uno puede darse esos lujos.

Cerca de mi oficina, hay numerosos lugarcillos que ofrecen ese tipo de menús, caminé lentamente por las aceras mirando hacia el interior de cada fonda, hasta que encontrara alguna que más o menos me convenciera. Luego de quince minutos, cada vez más hambriento y desesperado me interné en los “quetzales” exactamente enfrente del Centro de Especialidades Médicas del Estado de Veracruz, alias el “CEM”.

El sitio, es limpio, con un mobiliario regularmente cómodo pero sin lugar a dudas de la periferia de tacos, puestos de chiles rellenos, arroces quemados, mesas donde las moscas aletean alegremente y dan cuenta de las sartenes y los vasos, pues aquel sitio prometía, por lo menos en apariencia, ser el mejor.

Una novela de TV Azteca amenizaba el ambiente, a mi lado una pareja sesentona sin dirigirse siquiera la mirada, ya no digamos la palabra, se alimentaba a base de arroz blanco, reí para mis adentros. En la mesa enfrente de la mía una señora de unos treinta y tantos abriles cargaba a una pequeña, que dormía plácidamente en regazo de su mamá, al tiempo en que con una mano intentaba introducir algo de comida a su boca. A mi lado un muro con un espejo del mismo tamaño que daba la impresión de una amplitud inexistente y reflejada en él, mi gran frente, mi cicatriz, mis pocas ganas, mi cara de pocos amigos y una sonrisa que me brindé con una frase mental que dictaba: sonríe imbécil.

- Buenas tardes joven. Sólo me queda la ensalada y carne de puerco con puré papa. Recogió la charola donde los comensales anteriores no habían dejado ni un peso de propina y sin más, pasó a otra mesa a recitar lo anteriormente dicho.

No tuve tiempo ni de decir buenas tardes. dos o tres minutos después volvió con un trapo que alguna vez fue blanco, a “limpiar” mi mesa y a entregarme una carta del menú del día que más o menos versaba como sigue:

Entrada:

Ensalada del día
O
Sopa de pasta


Plato Fuerte

Filete de pescado
O
Lomo de puerco en salsa roja
O
Medallones de res


Arroz blanco
O
Puré de papa

Agua de Naranja

Postre

Tortillas


De acuerdo a lo que me había dicho no tenía mucho de donde elegir a menos que pidiera a la carta, por lo que ni siquiera entendí el hecho de tener la carta del menú del día en mis manos, pero en fin, las cosas con los debidos protocolos, aún en ese tipo de cuestiones son de uso habitual, pensé.

- Señorita. Pues por favor sírvame la ensalada y el lomo de puerco, que es lo que le queda ¿no?
- En un momento joven (eso sí, muy amable)

Al cabo de otros cinco minutos, volvió con una jarra medianamente llena de un agua casi incolora así como dicen que es el agua simple. Me puso un vaso, lo llenó bruscamente al punto del derramamiento, me mira y me dice:

- ¿Qué me dijo que quería?
- ¿Qué es lo que tiene? Pregunté yo, ya con cara de encabronado y con cierto aire de humor negro.
- Ensalada del día y lomo de puerco con puré de papa. (Era la tercera vez que había escuchado esa frase y la había leído en una ocasión)
- Pues eso, por favor. Muchas gracias.
- Enseguida joven.

Pasaron varios minutos, según pude constatar dada mi arraigada afición a desesperarme por casi nada, mientras que otras personas iban y venían y ocupaban mesas y movían sillas y les atendían atingentemente. Yo cada vez más hambriento, mirando mi estúpida cara en el espejo y bebiendo a sorbos un agua que apenas disimulaba unos cuantos fragmentos de los gajos de una naranja.

La señorita pasó a mi lado y como si se tratara de un pescador con anzuelo, le enganché con un:

- Perdone señorita, ¿tardará mucho?
- No joven, en un momento.
- Ummmm (mental)

Perdí la noción exacta del tiempo que había transcurrido desde salir de mi oficina hasta ese momento, pero ya era considerable. Pensaba en como diablos había ido a parar a aquel sitio, miraba a la pareja de la tercera edad, la señora de la niña en brazos ya se había ido desde hacía rato y ahora en su mesa, había tres personajes singulares.

Uno era el abogado, otra era la madre del tercer tipo que era un joven alto y delgado, con un bigote como de Cantinflas, unas orejas como de Dumbo y con la cara de idiota más grande que había visto en toda mi vida. Omar se llama, supe todo esto porque al no tener nada en mi plato, me dediqué disimuladamente a escuchar la conversación ajena.

Se habían reunido aquella tarde, para platicar sobre el asunto del despido injustificado, alegaba la señora, del que había sido objeto su pequeño tesoro.

- Es que mire licenciado, aquí Omar llegó a trabajar el viernes pasado y así nada más le dijeron que ya no podían seguir contratándolo. Y es que eso no se puede, porque los derechos de los trabajadores en este país para algo deberían servir. Mire usted, Omarcito es un buen muchacho y no entiendo porque lo despidieron. Pues nomás véale la jeta. (Pensé y reí). Y los del Sindicato no hicieron nada, remató la señora.

- Vamos a ver. Yo tengo un amigo que es del sindicato y el nos podrá solucionar el problema de Omar, pero necesito saber algunas cosas antes de llamarle, (Omar, se levanta y se va al baño), porque mire esto no es fácil, a lo mejor habrá que (baja la voz y se acerca al rostro de la señora) pues ya sabe, darle algún recurso y con eso, pues yo creo que puede arreglarse.
- Pues sí, ni modo, pero no se vale.

El abogado se relaja. Marca desde su teléfono celular.

- ¿Bueno? Quiovole compa ¿cómo te va?
- (silencio)
- Ni modo ya ves, la chamba, pero querías estar ahí cabrón.
- (silencio)
- Me imagino que debes estar muy ocupado.
- (silencio)
- Jajajaja. ¡Qué caray¡ bueno no te quito mucho tiempo, mira la cosa está como sigue. Resulta que tengo un caso de un joven al que le notificaron su despido y pues quisiera ver si pudieses apoyarme, ya sabes, como siempre eh, a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Tú me entiendes. (refiriéndose por supuesto a la costumbre mexicanísima de la mordida)

De pronto.

- Joven, se me terminó la ensalada y el puerco. Ya no hay menú del día.

En otras circunstancias eso hubiese sido un motivo más que excelente para marcharme en ese mismo momento, pero intrigado con el desarrollo y desenlace del asunto del tal Omarcito, dije sin más.

- No importa, señorita muéstreme la carta por favor.
- Enseguida.

Me perdí un breve instante de la plática entre el abogado y su amigo del sindicato, pero volví a poner atención:

- Permíteme, ¿Cuándo le notificaron a Omar su despido? pregunta el abogado a la madre y ella sin saberlo, solo atina a gritarle con voz alta, al cabrón aquel que apenas había salido del baño y se estaba lavando las manos.
- Omar ¿cuándo te corrieron?
- Toda la gente del lugar, incluidos meseras, comensales, el abogado y yo, volteamos hacia donde esta Omarcito, esperando una respuesta pronta y concreta.
- Eh, eh, pos este, creo que fue el miércoles.
- ¿Cómo que crees? le reclama su madre

El abogado vuelve a hablar por el teléfono y dice:

- Permíteme compa, orita te digo el día.
- Bueno, Omar, ¿es que no te acuerdas que día fue? Si eso pasó la semana pasada.
- ¿Cómo quiere que se acuerde este pobre infeliz? pues ¿es que no lo ven? Respondí en silencio.
- Este, ya me acordé, (por fin cabrón, tienes a una madre impaciente, a un abogado gastando crédito de su celular, a un funcionario quitándole tiempo y a un metiche esperando a que se te ocurra acordarte de lo que te ocurrió hace apenas unos días y que dicho sea de paso, no es algo que todos los días te suceda), fue el jueves.
- A ¿qué hora?
- Como a las tres.
- Compadre, mira le notificaron el despido el jueves diez a las tres de la tarde.
- (silencio)
- Bien, me parece perfecto, yo te busco mañana con los papeles. Hasta luego.
- (silencio)
- Bueno, órale, nos vemos.
- Joven ¿qué va a querer?

Ahí vamos otra vez con el menú. Para rápido, digo

- Un bistec con queso y champiñones.
- Pues miren, me dice mi amigo que se puede hacer algo. Mañana lo voy a ver en su oficina y le voy a llevar los papeles.
- ¿Seguro que fue el jueves?
- Si, si claro.
- Pues no se preocupe señora, digo no les garantizo al cien por ciento que vamos a salir adelante (jajaja, ese cabrón no sale adelante ni jalándolo con tractor) pero hay posibilidades.
- ¿Posibilidades? La única posibilidad es que Omarcín terminé viviendo como las aves del cielo que no tejen ni hilan y que yo por fin pueda comerme un pinche bistec. Contesté, siempre en silencio.

Prácticamente el caso estaba resuelto y el joven volvería a su trabajo, la madre a sus quehaceres, al abogado a sus asuntos y yo a mi escritorio después de unos tacos de queso con carne con salsita verde que se veía bastante buena. Volví a interesarme a mi comida, cuando la vida te da sorpresas.

El abogado vuelve a dar una hojeada a un fólder azul claro, como queriendo encontrar algo que probablemente pasó desapercibido, y después de una larga revisión cierra el fólder, voltea a ver al muchachito.

- Omar, nunca firmaste una renuncia ¿verdad?
- Una ¿que?
- Tu renuncia. Cuando entraste a trabajar o durante el tiempo que laboraste nunca firmaste un documento que dijera que renunciabas a tu trabajo, te pregunto.
- Este, este, pos no.
- ¿Seguro?
- Si Omar, un papel en blanco o un oficio que donde dice Asunto, así como este oficio mira, dice Asunto: Nombramiento. Así, pero que en lugar de que dijera nombramiento, que dijera renuncia.
- Ah, ¿ese? sí, si, si lo firmé la semana pasada.
- ¡Qué¡ gritamos la madre, el abogado y en silencio yo.
- No pues así, no se va a poder reinstalarlo dice el abogado.
- Pues no, Como quiera usted que se pueda si este pedazo de idiota, firmó su renuncia días antes de que lo corrieran. Respondí mentalmente.
- ¡Ay¡ Omar, pues en donde tienes la cabeza, inquiere su madre.
- En ningún lado señora, digo yo.
- Joven, me dicen que tampoco hay champiñones.
- (Lo que me faltaba) Entonces ya no me traiga nada señorita, que pésimo servicio. ¿Le debo algo por el agua?
- No joven, disculpe.
- Umm, gruño.
- Y entonces ¿qué va a pasar? Pregunta Omarcito
- Va a pasar, pendejo, que tú no vuelves a esa chamba y que yo salgo hambriento a comerme un taco de papa por algún puesto de por aquí.
- Provecho, le digo a los tres personajes cuando paso junto a ellos y salgo de los quetzales.
- Gracias, responden a coro.

Dedicado a Omarcito, a su señora madre, al abogado, al amigo del sindicato y a la mesera de los quetzales.Vivido el 14 de Abril del 2008.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Asi es mi querido fresqui-boing, la vida juega con nosotros al ritmo que le marcamos, y el buen Omarcito devido a su ritmo lento, seguramente terminara empacando verduras en un mercado, donde la dueña de "los cotorros" ira de compras, pedira calabacitas, que te ofreceran en la carta, mismas que nunca llegaran a tu malumorada boca en tu proxima aventura culinaria, porque a Omarcito se le olvido darle vuelta a la lista que la cocinera dejo en la verduleria y no surtio el pedido.
Un abrazo fuerte, asi quedamos.

Juan Carlos Medrano dijo...

Omarcito es, como siempre, una buena porción de la realidad critalina que habita en las calles de México. Me gustó mucho el intervenir constante de tu hambre con la historia del despido, casi te puedo imaginar sentadete y atento.

Enhorabuena por volver a publicar.
Un abrazo hermanito.

Pelón dijo...

El hambre y el chisme no se llevan hermano... donde dices que hubiera sido suficiente para irte... ese es el Arturo que conozco (lo vi en el Museo del Jamon en Madrid), en fin, recuerda la comida del Serranito, donde no tuvimos que esperar mucho para atascarnos antes de ingerir una buena cantidad de alcohol. Saludos!