Han pasado quizá un par de cosas desde la última vez que anduve por esta boca que casi deja de ser mía, un poco más que nada o quizá sea que haya ocurrido todo lo que no me ocurrió durante treinta y dos años vividos con muchas ganas.
La báscula me dice que he dejado veinte kilos atrás, veinte generosos kilos llenos de colesterol, triglicéridos, agruras, acidez estomacal e indigestiones. Veinte maravillosos kilos que había ganado a base de excelentes cortes a 3/4, manjares culinarios venidos en pastas gratinadas en salsa de camarones al vino blanco, cueritos de cerdo a medio freír en tortillas de maíz hechas a mano, por supuesto, tacos multicolores y multisabores, en fin, toda una aventura por las sartenes y aceites. Ahora me tengo que conformar con una pechuga de pollo a las brasas, algo de atún y cuando así lo permite mi desequilibrado, ya de por sí, balance económico, me invito un buen pescado empapelado al acuyo. Ya luego para la cena y desayuno, jugo de toronja, gelatina de dieta, emparedados de pan integral con jamón de pavo y queso panela sin mayonesa. Vaya tío.
La oficina cada día es más pequeña y necesitamos comprar más papelería, gastar más en combustibles y pagarle más al fisco. Un fiasco.
Los amigos son ahora más lejanos o pensándolo bien, quizá ahora el más lejano soy yo.
La mejor de todas, la que sin duda cambia mi vida, la que ha roto todos mis esquemas dándoles el toque exacto, poniendo mi curso sobre ruedas y haciéndome más feliz que un pato en el agua, es que Carito llegó a mi vida, como los Mc trío llegaron hace muchos años a Mc Donald's, llegó para quedarse. Vino una tarde como muchas otras y después de insistirle poco más de ocho meses, un día me aceptó un café y desde ese momento quisimos quedarnos juntos, aunque cada quien se fue a lo suyo.
Me caso dentro de unos meses y ya siento que mi vida tiene otros tintes, porque de hecho así lo es. Hice por fin algo bueno con los pocos de mis ahorros, di un adelanto para un pedazo de tierra fértil, preparo las maletas para un largo viaje, cuento los días con ansia, busco en los anuncios de las iglesias las fechas de las pláticas matrimoniales, hago votos de fidelidad, voy al mercado a comprar algo de fruta y tal vez una simple rosa que anuncie un tibio y cálido beso de quien me espera. Ahora doblo la ropa, bajo la tapa de la taza del baño y cierro la tapa de la pasta de dientes como practicando para la vida en pareja que llevaré. Me empeño en ponerme loción todos los días, me rapa la cabeza constantemente porque le gusto más pelón de lo que soy, que es demasiado. Nos contamos los cuentos, reímos a rienda suelta, tenemos nuestras distancias y también los puntos de vista encontrados en varias cosas. Discutimos como lo hacen todas las personas normales, cambiamos estampitas y me gana al dominó. Le pongo Sabina y casi le gusta, Serrat no le entra y yo cuando estoy de buenas le dejo escuchar AC/DC y si no estoy de buenas, también.
Ayer hablábamos de las invitaciones, de lo caro que está todo, de sus fotos, de mis toros, de sus recuerdos, de los míos. De la capilla y del cura, de lo fea que está la secretaria de la parroquia, de los chismes de pueblo, de los laureles del Danubio, de la obra en Orizaba, de la lluvia, de la influenza, del tráfico, de la cita al cuarto para las ocho. Luego, tomamos café y nos quedamos callados, viendo como llovía, ella doblaba invitaciones, yo le pasaba los sobres.
viernes, 22 de mayo de 2009
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