Pato, Poncio, Pilatos, Puertos, Buba, Cuack… amigo de siempre, de esos que la vida te pone cuando la voz es todavía chillona e infantil. Con el Pato me he descubierto más de muchas ocasiones, contándole mis penas, mis amoríos, mis lecciones, mis proyectos, mis errores, mis dolencias, mis miedos.
Compañero desde aquellos años mozos de la secundaria y preparatoria, donde bajo el cobijo de la cabañita del árbol ubicada en el jardín de su casa y a lado de otros dos grandes, Miguel y Edgar, nos bebíamos nuestras primeras chelas, los primeros vinos tintos y blancos, según fueran las compras de abastecimiento de la cava que Pepe Medrano (papá del pato) había efectuado, y a quien, con hostil actitud de adolescentes, le robábamos los vinitos y de paso unos mejillones, patés de higado de cerdo, jamones, quesos, para acabar con totopitos con frijoles cocinados por Miguel.
También le damos mate al verde, ganándonos a pulso las peores resacas que mi memoria a pesar de los años, no ha podido borrar. Casi cumplía los dieciocho, cuando mis tres amigos y yo, nos veíamos en Puerto Vallarta realizando nuestro primer y a la fecha único viaje efectuado por los cuatro juntos y del que sin duda alguna, quedaron muchas huellas en el corazón. Dicen que recordar es vivir y eso es justamente lo que hago al momento de escribir esto.
Patricio, siempre ha sabido amalgamar la fiesta y la diversión, pensante, objetivo, puntual, sarcástico, en extremo inteligente. Antes de dar un paso, mide los terrenos, recorre las consecuencias, analiza las opciones, optimiza los costos; se aleja del bullicio y de la “gente” que le estorba. Amigo de muy pocos, hermano mío.
Un día, de repente, sin darnos cuenta, me pidió que le acompañara porque iba a comprar un regalo para América, nada menos que el anillo de compromiso. Luego, me los encontré en el altar, dispuestos a jurarse amor eterno, sonrientes, nerviosos y todavía recuerdo la sonrisa de ambos cuando me acerqué para entregarles las arras que se me habían encomendado. Otro día, supe que había sido tío de su primer retoño hasta ahora, Paulita.
Con Pato escuchaba anécdotas de España y las Europas, me moría de envidia de la buena por todas aquellas vivencias que habían hecho de mi compadre un amante de la buena mesa, de los manjares exquisitos como extraños. Fotografías daban cuenta de los muchos lugares recorridos por aquellos entonces desconocidos por mí y supongo que gran parte de mi afición por la gastronomía, música, literatura, cultura, españolas, se deben en gran medida a todo lo vivido en la casa Medrano.
Mi compadre, pasó por muchos deportes. Ciclismo, ping pong, natación y pesca; en cada uno de ellos siempre ha estado a la vanguardia, con los mejores accesorios para la práctica del mismo, documentado en sus reglas, historia y sobre todo, resolvía siempre los porqués de cada cosa. Seguro que las que no se sabía las inventaba convincentemente.
Coincidimos en cosas que van desde la música hasta los valores que cualquier ser humano debiese tener como fundamentales, entre ellos evidentemente, la amistad. A pesar del carácter que ambos tenemos, hemos sabido tolerarnos nuestros “modos”, Alberto Cortez lo canta mejor: “nuestras espinas más agudas”.
Compañero desde aquellos años mozos de la secundaria y preparatoria, donde bajo el cobijo de la cabañita del árbol ubicada en el jardín de su casa y a lado de otros dos grandes, Miguel y Edgar, nos bebíamos nuestras primeras chelas, los primeros vinos tintos y blancos, según fueran las compras de abastecimiento de la cava que Pepe Medrano (papá del pato) había efectuado, y a quien, con hostil actitud de adolescentes, le robábamos los vinitos y de paso unos mejillones, patés de higado de cerdo, jamones, quesos, para acabar con totopitos con frijoles cocinados por Miguel.
También le damos mate al verde, ganándonos a pulso las peores resacas que mi memoria a pesar de los años, no ha podido borrar. Casi cumplía los dieciocho, cuando mis tres amigos y yo, nos veíamos en Puerto Vallarta realizando nuestro primer y a la fecha único viaje efectuado por los cuatro juntos y del que sin duda alguna, quedaron muchas huellas en el corazón. Dicen que recordar es vivir y eso es justamente lo que hago al momento de escribir esto.
Patricio, siempre ha sabido amalgamar la fiesta y la diversión, pensante, objetivo, puntual, sarcástico, en extremo inteligente. Antes de dar un paso, mide los terrenos, recorre las consecuencias, analiza las opciones, optimiza los costos; se aleja del bullicio y de la “gente” que le estorba. Amigo de muy pocos, hermano mío.
Un día, de repente, sin darnos cuenta, me pidió que le acompañara porque iba a comprar un regalo para América, nada menos que el anillo de compromiso. Luego, me los encontré en el altar, dispuestos a jurarse amor eterno, sonrientes, nerviosos y todavía recuerdo la sonrisa de ambos cuando me acerqué para entregarles las arras que se me habían encomendado. Otro día, supe que había sido tío de su primer retoño hasta ahora, Paulita.
Con Pato escuchaba anécdotas de España y las Europas, me moría de envidia de la buena por todas aquellas vivencias que habían hecho de mi compadre un amante de la buena mesa, de los manjares exquisitos como extraños. Fotografías daban cuenta de los muchos lugares recorridos por aquellos entonces desconocidos por mí y supongo que gran parte de mi afición por la gastronomía, música, literatura, cultura, españolas, se deben en gran medida a todo lo vivido en la casa Medrano.
Mi compadre, pasó por muchos deportes. Ciclismo, ping pong, natación y pesca; en cada uno de ellos siempre ha estado a la vanguardia, con los mejores accesorios para la práctica del mismo, documentado en sus reglas, historia y sobre todo, resolvía siempre los porqués de cada cosa. Seguro que las que no se sabía las inventaba convincentemente.
Coincidimos en cosas que van desde la música hasta los valores que cualquier ser humano debiese tener como fundamentales, entre ellos evidentemente, la amistad. A pesar del carácter que ambos tenemos, hemos sabido tolerarnos nuestros “modos”, Alberto Cortez lo canta mejor: “nuestras espinas más agudas”.
Gordo enorme, de actitud serena y sonrisa amable, anfitrión de lujo, inexpresivo, seco, parco, concluyente. Digo conocerle bien. Puertos, es el amigo que todo mundo quisiera tener como tal. Ahora, a la distancia, a los muchos años recorridos, a la lejanía que nos ocupa, es el mismo.
Treinta y dos veintidós de junios carga en su calendario. Treinta y dos años vividos con una solvencia moral invaluable. Con América y su hija, ha formado un hogar maravilloso cargado de amor, de dedicación, de respeto, de confianza.
Venga pues compa, un abrazo enorme, con gran cariño. Muchos años más mi hermano, muchos días más. Mucha vida, mucha patria y olé torero, un olé largo y templado, un olé redondo por la faena que a la vida le cuajas.
Venga pues compa, un abrazo enorme, con gran cariño. Muchos años más mi hermano, muchos días más. Mucha vida, mucha patria y olé torero, un olé largo y templado, un olé redondo por la faena que a la vida le cuajas.
Que Dios reparta suerte y estas líneas van por ti.